Seguidores

sábado, 27 de septiembre de 2014

Cosas de Christine: Parte 179103

Siempre quise ser psicóloga. Desde que tengo uso de razón. Bueno, quise ser muchas cosas pero ‘psicóloga’ fue una constante a lo largo de mi vida. Voy a saltarme todo lo demás (que es importante, pero prefiero ir al grano) hasta mis dos últimos años de instituto: A punto de cumplir mi sueño, cayó la buena suerte durante una temporada, entre otras cosas, y un telón negro hizo parar las últimas escenas. ¿Conclusión? Lo que a muchos estudiantes les pasa, exámenes en septiembre, selectividad en septiembre… Es decir: pérdida de plaza de la carrera que me interesa e inicio de otra que me permitió seguir con "ese" camino que me han ido marcando desde pequeña. La verdad es que sentí algo de miedo. Era como si el Futuro (ese, ese mismo del que todo el mundo habla) fuese a pisotearme si no hacía algo ipso facto para evitarlo. 
No lo consideraría un error, aunque no era lo mío. Recuerdo que ese año en concreto aprendí más que en todos los anteriores. Sobre todo aprendí de la gente que me iba encontrando por el camino, aprendí a ser más persona y quitarme de encima prejuicios estúpidos y sin sentido que me limitaban. He de decir que también aprendí mucho de mí. Iba poco a casa -para qué negarlo- y eso me permitió pasar más tiempo sola y conocerme mejor. Fue entonces cuando me di cuenta de un pequeño detalle: no quería seguir estudiando en lo que me había matriculado. Empecé a barajar las posibilidades. Como dije al principio, siempre quise ser psicóloga, pero también quise ser otras cosas: bombero, médico, veterinaria, pocera en África (sí)… Y un largo etcétera. ¿Qué hacer entonces? Creo que nunca había estado tan confusa. Cuando comentaba que ser psicóloga siempre fue una constante no era del todo cierto, que sí, siempre quise, pero había otra que se daba y en la que no había caído. Siempre quise cambiar el mundo. Un sueño algo ambicioso, imposible a juicio de muchos y por ello estúpido, pero qué se le va a hacer.
 Una vez tuve claro lo que quería hacer, el siguiente paso era determinar cómo. Pensé mucho, aunque no me creáis. Tanto que a veces, del cansancio, me encontraba con la mirada perdida en el vuelo de una mosca. Estaba metida en un buen problema y no sabía a quién acudir y ahí tomé la decisión: volvería a intentarlo con psicología. Soy una persona con mucha suerte -para qué mentiros-, muchísima, pero suelo forzarla demasiado, así que a veces no cuela y me deja tirada por ahí. Como soy consciente de eso me dije que estaría bien tener una segunda opción. Y tercera. Y cuarta. ‘Cristina, sabías que era necesario’. Y fíjate que listiña salí que tras el cambio de selectividad, ponderaciones y demás catastróficas desdichas mi media bajó y me quedé por segunda vez consecutiva sin entrar en psicología. Maldita sea, siempre al límite. Menos mal que mi segunda opción era… Cómo se llamaba... Pedagogía. Sí, qué guay, Pedagogía. Vamos a Pedagogía, ¿Qué es eso? Psicología para niños ¿o qué? ¿Por qué no?, ‘pos ok’, pensé. 
Por si no os habíais dado cuenta (yo en ese momento no era consciente) acababa de vivir uno de los mayores golpes de suerte que tuve nunca. Ahí estaba yo en una clase nueva, con gente nueva y en una carrera nueva de la que nunca había oído hablar. Yo creo que el flechazo lo tuvimos al segundo mes. Poco a poco, empezó a llamar mi atención a través de distintas asignaturas y temas que en estas se trataban y que entre compañeros y compañeras comentábamos, trabajábamos y debatíamos. Empecé a sentir que encajaba en ese mundillo y que llegado el momento, podría hacer grandes cosas con lo que allí me enseñaban (vale, y me están enseñando, que aquí sigo, lo sé). 
Aunque me encanta aprender, lo que es estudiar, estudiar no se me da demasiado bien, pero le echo ganas, a veces. Otras… Otras, me faltan excusas, la mayoría. Otras me falta motivación, de ahí que escriba esto. El caso es que, para resumir, lo que yo quería plasmar aquí es que sí, sigo estudiando y sí me está llevado tiempo sacar un título, pero quería compartir con vosotras y vosotros lo feliz que soy con esto, lo mucho que estoy aprendiendo, no sólo con libros, y lo bonito que es saber que haciendo lo que hago voy cumpliendo poco a poco, como suelo hacer todo, ese sueño constante que siempre me ha perseguido. 
Y qué mejor forma de terminar esto que con esa frase que tanto me gusta: Voy a cambiar el mundo algún día, después del café.