Seguidores

miércoles, 23 de abril de 2014

Cosas

Hay cosas que asustan por lo rápido que pasan. En un pestañeo tendrás un título bajo el brazo y una maleta bajo el asiento en el tren destino: ‘Ninguna Parte’, o no. Hay cosas que asustan por lo inciertas que son. Hay cosas que asustan, superas y cuando piensas que has avanzado otro peldaño más en la vida te encuentras con que todavía estás en la entrada y  te queda la escalera hacia la primera planta, de muchas.
Hay cosas que pasan, sin asumirlas pero pasan. Y no somos quien para luchar contra ellas. Hay cosas que no pasan y nos arrepentimos de por vida.
Lo único que sé y siento, no es el miedo, ese miedo. Es el terror. Terror porque este momento, este microsegundo en el que mi sangre continúa circulando, no se volverá a repetir. Nunca.

Y tiemblo. Sola. De  forma única. Para no hacerlo nunca más como ahora.

miércoles, 9 de abril de 2014

EL BANCO ACÚSTICO DE LA ALAMEDA



Aunque pueda parecer una simple curiosidad, detrás de este banco acústico se esconde una historia similar a la de Romeo y Julieta pero, en este caso, a la gallega.

Hoy por hoy no es muy conocida aunque todavía hay algunas personas, mayores sobretodo, que la recuerdan.  Los protagonistas son vecinos de Santiago, Maruxa Castro y Manuel Pampín. Ambos nacidos antes de la guerra civil se conocieron unos años previos a que esta estallase, aunque se habían visto alguna vez por las calles santiaguesas, cuando Manuel salía del colegio y Maruxa iba a los recados con su madre.
Manuel de familia medianamente adinerada, católica y con siete hermanos era muy popular en su clase, tenía bastante carácter y un gran sentido del humor y aunque respetaba a los adultos, de vez en cuando, les tomaba el pelo. Por su parte, Maruxa era una niña sin ninguna educación religiosa, su padre, partidario del partido comunista, era reacio a tener algo que ver con todo lo religioso, sin embargo era tranquila, alegre y muy respetuosa con todo el mundo. Nunca se metía en ningún jaleo y por supuesto, acompañaba a su madre y a sus dos hermanas a donde fuese, no solía quedarse sola. Creo que Maruxa era vecina de la familia de las que hoy conocemos como ‘Las dos Marías’.

Sobre 1934, casi 35, Maruxa tenía 14 años. Era muy inocente pero ya empezaba a hacerse cargo de las tareas del hogar y de los recados. Como siempre desde pequeña, pasaba por delante del colegio de Manuel, que era de la misma edad. Hasta que un día ella se fijó en él, en su aspecto cuidado y sus zapatos nuevos sintiendo algo que hasta entonces nunca había sentido. Envidia. Cuando Manuel se dio cuenta de que lo estaba mirando, empezó a gritarle y Maruxa bajó la cabeza y salió corriendo sin destino fijo. Manuel salió detrás de ella. En algún momento Maruxa acabó sentada, agotada y cabizbaja, en este banco. De repente escuchó una voz a su lado, miró pero no había nadie sentada con ella, sin embargo seguían hablándole. Alguien le preguntaba por qué se había quedado mirando tanto tiempo delante del colegio. Cuando miró al frente se encontró con Manuel en la otra esquina, devolviéndole la mirada y con aspecto algo enfadado. No le contestó e intentó parecer indiferente pero no pudo evitar ruborizarse. 
Como buena gallega, Maruxa acabó por contestarle con otra pregunta. Quería saber cómo hacía para hablarle desde tan lejos y que pareciese que estaba al lado. Manuel le contó cómo funcionaba el banco y lo mucho que le gustaba esa zona de la Alameda. No sé cómo siguió la conversación salvo por el final, y es que quedaron en verse en el mismo sitio dos días después.

Así fueron pasando las semanas, con los dos sentados cada uno en una esquina del banco, contándose sus secretos, sus vidas y sus inquietudes. La envidia que sentía en un principio Maruxa fue desapareciendo y transformándose en aprecio, por su parte Manuel estaba fascinado con aquella chica que no creía en nada y que se ruborizaba a la mínima.

En este banco comenzó todo. Los dos amigos, un buen día, decidieron abandonarlo para pasear por el parque juntos. Y así siguieron, viéndose cada dos o tres días y paseando. Hasta que un día Manuel no apareció en el banco.

Maruxa seguía yendo, se sentaba en el extremo de siempre y miraba cómo pasaba la gente por la parte de abajo, pensando en sus cosas y en voz alta, echando de menos a su querido Manuel. Tras dos semanas, dejó de ir. Las cosas se estaban poniendo complicadas en casa. La familia de al lado había sido asesinada y a las niñas les habían hecho cosas horribles así que la madre de Maruxa la obligó a ir todos los días a misa con ella, aún con las discrepancias del padre.

Un domingo decidieron ir a la misa de las 12 de la catedral. Vistieron sus mejores galas y se cubrieron la cabeza con un pañuelo al entrar. Ese día la madre decidió sentarse por los bancos del medio, al lado del pasillo exterior, para que todo el mundo pudiese verlas, era noviembre de 1936. No sé en qué momento Maruxa se dio cuenta de que en la otra esquina de su mismo banco estaba un padre con su hijo y una mujer. Los padres de Manuel y Manuel. Inconscientemente lo saludó entre susurros pero Manuel no la escuchaba, estaba atento a lo que leía el sacerdote. Maruxa empezó a agobiarse y miró al frente. Cuando llegó el momento de darse la paz, para su asombro, Manuel no la reconoció. Ella se quedó mirándolo fijamente intentando hablarle con los ojos mientras le agarraba la mano pero él la soltó rápidamente.

Al salir de misa Maruxa salió corriendo, la madre le pidió que no se retrasase y que estuviese pronto en casa para comer, cosa que Maruxa no escuchó. Esta vez corría con un destino fijo. Cuando llegó al banco acústico de la Alameda vio a alguien más ahí. Manuel. Se sentó en la esquina y escuchó cómo él le preguntaba por qué se había quedado mirando en misa. Ella no contestó e intentó que pareciese que no le afectaba, pero no pudo evitar ruborizarse. Para cuando se decidió a preguntar por qué había desaparecido escucharon unos tiros. Ambos se cogieron de la mano y salieron corriendo por el parque a esconderse asustados.

Cuando todo se hubo calmado decidieron volver a sus casas. Sus padres no estaban, y cuando digo sus padres, me refiero a que no estaba el padre de Manuel en la de este ni el padre de Maruxa en la de esta. Parece ser, por lo que le contó la madre de Manuel entre sollozos a su hijo, su padre participaba en ejecuciones que se hacían todas las semanas a los partidarios de la República. Por lo que la madre de Maruxa le contó a esta entre sollozos, a su padre se lo habían llevado poco antes de que ella llegase de la catedral, por comunista y ateo.

 Maruxa olvidó el banco. Pasaba los días con su madre, que había caído en depresión, y con sus hermanas estudiando el catecismo. Manuel la esperó allí, cada dos días y todos los domingos en la catedral. En 1938 la madre de Maruxa murió, o se dejó morir más bien y Maruxa que no encontraba consuelo, decidió salir de su rutina para dar un paseo por la Alameda, a pesar del peligro que corría al pertenecer a su familia.
Sin quererlo ni pensarlo sus pasos la llevaron hasta el banco, era un domingo. Se sentó cabizbaja, agotada. Cuando levantó la cabeza vio a un chico sentado en la otra esquina. Callado, mirándola. Ella, triste y sin ganas, le preguntó por qué la miraba. Él no contestó pero parecía afligido y seguía mirándola fijamente, como queriendo decirle algo. Al poco llegaron unos guardias, agarraron a Manuel que peleaba contra ellos y se llevaron a Maruxa pero  antes de que éste pudiese llamarla se escucharon unos tiros.

Manuel no volvió por este banco. Ni siquiera volvió a pisar la Alameda, ni volvió a misa.


____________
Y por supuesto, toda esta historia es una invención.