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miércoles, 11 de enero de 2012

Ciudad fantasma, la ciudad de los detalles

La gente odia mi ciudad. La odia.
No los culpo, es fría, pequeña, desierta... está en ruinas.
Tiene una larga historia, para bien o para mal, aunque en sus inicios nadie daba un duro por ella. Lógico, los pescadores iban a lo que iban, qué más les daba.
El caso es que mi ciudad posee características negativas a 'tutiplén', no es una ciudad que 'entre por lo ojos' como quién dice. Más bien es la ciudad de los detalles, la ciudad de los olvidados castillos, galerías interminables y calzadas de adoquines mal colocados. Una ciudad gris azulada de día, a causa de las nubes y la lluvia, y negra anaranjada por la noche, bajo las lúgubres farolas.
Vaya, que entre paisanos la llamamos 'la ciudad fantasma' pero también 'la ciudad de las olas', 'la ciudad naval' o simplemente 'casa'. Y ahí quería llegar yo, casa, mi maravillosa casa. Esa a la que nadie va por fea, por ser cuna de algún que otro megalómano o por simple desconocimiento. Ésa que queda en la punta de la Península, más allá del AVE y con el puente de las Pías como unión con el mundo.
Esa ciudad por la que el tiempo no pasa pero hace mella y cuyos habitantes, lejos de enorgullecerse de ella y sacarla adelante se rinden y piensan, mejor dicho gritan, que es un caso perdido.
Qué puedo decir, mi casa, al fin y al cabo, aunque quede en la punta mas remota de este país, es insuperable.


sábado, 7 de enero de 2012

Ojalá que no.

Ésta vez el cementerio se veía diferente. No me temblaron las piernas al entrar aunque me quedé un poco impresionada al ver a mi familia reunida bromeando. Hacía años que no veía a algunos, desde los siete más o menos.

El camino de adoquines que rodeaba el santuario y conducía a los nichos estaba mojado, aunque en ese momento no llovía. El aire olía a abono, estiércol y una heladora paz. Si dejaba de prestar atención a mi familia solo escuchaba silencio y una ligera brisa que movía las hojas de los cipreses de vez en cuando.

Hasta que llegó el coche con la caja. Una caja bonita, por qué no, y bastante simple aunque sólo la pude mirar una o dos décimas de segundo antes de girar la cabeza a otro lado, concretamente me puse a mirar los exteriores del cementerio.

Empecé a recordar cosas que pensaba olvidadas y una aguda angustia me bajo por la garganta bloqueándose poco antes de llegar a la altura del corazón. Podría decirse que en parte estaba tranquila pero los ojos se me empezaron a humedecer.

Parecía que a los demás no les afectaba. Bueno, a algunos, sin embargo mi madre se veía seria mirando la caja sin parar. Creo que recordaba lo mismo que yo. Fue cuando, sabiendo que ella me entendería mejor que nadie, le dije: 'odio los cementerios'. Creo que me equivoqué al pensar que  sí me entendería porque fue bastante fría su respuesta: 'como todos'.
Ella parecía no entender que me estaba empezando a marear y que ya no podía ver bien por donde pisaba, se me levantó dolor de cabeza.
Cuando llegamos a la que iba a ser la tumba mi familia empezó a hablar en bajito, susurraban entre ellos ¿no les daba vergüenza? Yo era la más joven ahí y de las personas más ajenas a esa mujer ¿y mostraba más respeto que ellos?

Quería irme, marcharme de allí. Quería dejarles claro a todos que ese comportamiento a parte de grosero era triste pero bueno, me callé. Me callé, me agarré la mano y esperé, sonriendo de vez en cuando a quien me hablase.

Ojalá nunca llegue a los 102 años.

jueves, 5 de enero de 2012

Perdonāre

   Quizás esta sea una entrada para romper un poco la rutina ya que creo que he caído en un círculo vicioso.
Sin demasiado que escribir y con muchas ganas de pasar mi tiempo en un bar me alejo lo máximo posible del ordenador.
   Estos días medité mucho sobre lo decaído que estaba este blog, sobretodo cuando enciendo la televisión y veo al señor Florentino Fernández, (o Flo, como prefiráis y sin ofender a nadie) un tío que tiene pinta de ser buena persona pero que de verdad, creo que ya ha tocado fondo, como Josema Yuste que está más que quemado ahora mismo. El caso es que me planteo a veces si habré llegado también. Al fondo de todo digo, si habré perdido la inspiración que tenía para pasar un rato agradable escribiendo unas líneas por aquí, si podré seguir con la promesa que le había hecho a mi abuela de seguir escribiendo (si, soy consciente de que suena cursi pero es lo que hay)
   Pues no sé, en lo referente al blog me siento muy acabada, sin embargo mi vida no podría ir mejor. Sé de buena tinta que el estado de ánimo influye a la hora de crear, a mí, por ejemplo me viene muy bien estar depresiva, sola, triste y sin nadie con el que hablar, estar al borde de la lágrima para escribir y que salga algo más o menos decente, tanto oscuro como brillante.
    Supongo que como dije antes 'la mayor parte de mi tiempo lo paso en bares', ya no tengo mucho sobre lo que escribir, o no tengo mucho sobre lo que hablar que os pueda interesar (más bien la segunda opción).
   Qué deciros, pequeñas gentes que aguantáis este tipo de estupideces... disculpen las molestias, quizás dentro de un par de semanas, con los exámenes del primer cuatrimestre (y sus respectivos resultados) vuelva por aquí a darle Perico al torno.

¡A disfrutar de lo que queda de vacaciones!
Talué cacahué.