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viernes, 9 de mayo de 2014

Humanidad y otras tecnologías

Últimamente he estado pensando en las relaciones humanas y cómo las nuevas tecnologías influyen en ellas. He leído muchas críticas tanto negativas como positivas sobre lo malo que son los teléfonos móviles, las redes sociales y el ordenador para nosotros. Situaciones como quedar en una cafetería con tus amigos, o quedar para comer y estar pendientes del teléfono está a la orden del día pero ¿hasta qué punto la causa de este comportamiento son esas pantallas?

La forma de relacionarnos está cambiando. Es algo que pocos se atreven a negar. Evolucionamos. Estamos en constante evolución y en constante cambio y, centrándome en los móviles, las necesidades comunicativas cambian. Simplificando mucho, supongo que en un principio nos llegaba con hablar en persona, transmitir un mensaje a alguien que estuviese delante. Más tarde la necesidad de comunicarse a través de la distancia nos llevó a la utilización de teléfonos fijos, cabinas etc. Pero eso no bastaba, a veces el mensaje no llegaba porque no estábamos cerca del teléfono para recibirlo y entonces aparecen los móviles. Maravillosos móviles. Poder comunicarse con alguien en cualquier momento, en cualquier lugar, es una bendición. Vuelve a aparecer un problema y es que, en ocasiones, no se puede responder al teléfono. Llegan los SMS, derivan en el Whatsapp, Telegram u otro tipo de aplicaciones de mensajería instantánea. Ya no sólo somos capaces de comunicarnos en la distancia, sino que también somos capaces de hacerlo en el tiempo y de una forma mucho más eficiente que por correo ordinario.

Volviendo a lo que decía al principio, hay críticas de todo tipo en lo referente a de qué forma nos afectan estas nuevas herramientas. Desde mi punto de vista no hay nada de malo, obviamente con un consumo responsable, ese consumo que no hacemos pero de nuevo: ¿hasta qué punto la causa de este comportamiento son esas pantallas? ¿Y si esta adicción no es más que un síntoma? ¿Y si la falta de empatía y la falta de interés por otros viene por un problema más grave?

Si retrocedemos en el tiempo, muy atrás, hasta el inicio de nuestra especie, quizás podamos ver de forma más clara nuestra condición animal. Somos animales, somos animales sociales que se comunican. Ahora volvamos a la actualidad y pensemos cuántos de nosotros tenemos en cuenta este hecho a lo largo de los días. Dicen, o por lo menos yo he escuchado, que las personas que tienen perros y dedican gran parte de su tiempo a ellos son más felices (y eso se nota en el trato con ellas). Me pregunto si influirá el hecho de que si asumes la responsabilidad de hacerte cargo del animal te obligas a hacer ciertas actividades que de otra forma no harías: dar largos paseos, por ejemplo, o visitar parques y zonas con vegetación… Puede que gracias a ellos nos mantengamos un poco más en contacto con lo que realmente somos.

Pienso que la clave reside ahí, en este proceso evolutivo no hemos sido capaces de administrar nuestra inteligencia de una forma sabia. Pensamos continuamente cómo seguir creciendo, vivimos en ciudades repletas de ruidos, luces, gente y contaminación. Vivimos en un mundo poco real, una burbuja que nosotros mismos creamos y dominamos. Vivimos de forma que cuando pensamos en la Tierra sólo nos viene a la cabeza este mundo inventado, nuestro y de nadie más porque los otros seres con los que la compartimos están de prestado. ¡Y le echamos la culpa a los teléfonos de nuestra falta de humanidad! La tala de árboles y la pasividad ante problemas humanos, ‘de otros humanos’, animales y seres vivos en general, viene de antes. Progreso, progreso, progreso y locura. Esa locura y ese trasiego con el que vivimos.


El carácter indiferente que mostramos ahora con nuestros amigos en una cafetería no es porque estemos hablando con otra persona por Whatsapp, o estemos consultando la red social de moda. La pasividad con la que vivimos, en mi opinión, viene de algo más grande y de lo que asusta más hablar.











jueves, 1 de mayo de 2014

Atados a los 90

Siento una presión en el pecho y esto sólo acaba de comenzar. Siento que la esperanza se marcha, sin volverse. Miro tus ojos, tristes como nunca los había visto, preguntándome si son los mismos. No me reconozco en un reflejo ya marchito de una juventud aún no marchita, pero casi.
Llueve y molesta, nada crece en los campos fértiles del olvido. Yermo el pasado, desprovisto de recuerdos el presente, o por lo menos de recuerdos vívidos. Perder el tiempo es lo que hago mientras este corre indomable y yo...yo me siento a observarlo como niño que escudriña hormigas. Sin preocupaciones pero esperando algo que nunca llegará, o quizás sí pero a otros.
Una adolescente atrapada en obligaciones que nunca pidió ni imaginó. Un mundo a los hombros del animal más frágil que puedas soñar. Así es la vida, dicen. Así tiene que ser.
Lazos entrelazados de una forma caótica y colores vivos, amarrando pies y manos y quizás, sólo quizás, alguna ilusión. Y ese reloj sin cuerda hace años.
Suspiros de reflexión y preguntas apaciguan el vacío de momentos desperdiciados mientras miles de ideas mal formuladas pero con todo el sentido del mundo se agolpan intentando salir.
Siento una presión en el pecho y esto sólo acaba de comenzar. Y aunque también el final esté cerca, posiblemente envuelva algún que otro regalo con los lazos.