Aunque pueda parecer una simple curiosidad, detrás de este
banco acústico se esconde una historia similar a la de Romeo y Julieta pero, en
este caso, a la gallega.
Hoy por hoy no es muy conocida aunque todavía hay algunas
personas, mayores sobretodo, que la recuerdan.
Los protagonistas son vecinos de Santiago, Maruxa Castro y Manuel
Pampín. Ambos nacidos antes de la guerra civil se conocieron unos años previos
a que esta estallase, aunque se habían visto alguna vez por las calles
santiaguesas, cuando Manuel salía del colegio y Maruxa iba a los recados con su
madre.
Manuel de familia medianamente adinerada, católica y con
siete hermanos era muy popular en su clase, tenía bastante carácter y un gran
sentido del humor y aunque respetaba a los adultos, de vez en cuando, les
tomaba el pelo. Por su parte, Maruxa era una niña sin ninguna educación
religiosa, su padre, partidario del partido comunista, era reacio a tener algo
que ver con todo lo religioso, sin embargo era tranquila, alegre y muy
respetuosa con todo el mundo. Nunca se metía en ningún jaleo y por supuesto,
acompañaba a su madre y a sus dos hermanas a donde fuese, no solía quedarse
sola. Creo que Maruxa era vecina de la familia de las que hoy conocemos como
‘Las dos Marías’.
Sobre 1934, casi 35, Maruxa tenía 14 años. Era muy inocente
pero ya empezaba a hacerse cargo de las tareas del hogar y de los recados. Como
siempre desde pequeña, pasaba por delante del colegio de Manuel, que era de la
misma edad. Hasta que un día ella se fijó en él, en su aspecto cuidado y sus
zapatos nuevos sintiendo algo que hasta entonces nunca había sentido. Envidia.
Cuando Manuel se dio cuenta de que lo estaba mirando, empezó a gritarle y Maruxa
bajó la cabeza y salió corriendo sin destino fijo. Manuel salió detrás de ella.
En algún momento Maruxa acabó sentada, agotada y cabizbaja, en este banco. De
repente escuchó una voz a su lado, miró pero no había nadie sentada con ella,
sin embargo seguían hablándole. Alguien le preguntaba por qué se había quedado
mirando tanto tiempo delante del colegio. Cuando miró al frente se encontró con
Manuel en la otra esquina, devolviéndole la mirada y con aspecto algo enfadado.
No le contestó e intentó parecer indiferente pero no pudo evitar
ruborizarse.
Como buena gallega, Maruxa acabó por contestarle con otra
pregunta. Quería saber cómo hacía para hablarle desde tan lejos y que pareciese
que estaba al lado. Manuel le contó cómo funcionaba el banco y lo mucho que le
gustaba esa zona de la Alameda. No sé cómo siguió la conversación salvo por el
final, y es que quedaron en verse en el mismo sitio dos días después.
Así fueron pasando las semanas, con los dos sentados cada
uno en una esquina del banco, contándose sus secretos, sus vidas y sus
inquietudes. La envidia que sentía en un principio Maruxa fue desapareciendo y
transformándose en aprecio, por su parte Manuel estaba fascinado con aquella
chica que no creía en nada y que se ruborizaba a la mínima.
En este banco comenzó todo. Los dos amigos, un buen día,
decidieron abandonarlo para pasear por el parque juntos. Y así siguieron,
viéndose cada dos o tres días y paseando. Hasta que un día Manuel no apareció
en el banco.
Maruxa seguía yendo, se sentaba en el extremo de siempre y
miraba cómo pasaba la gente por la parte de abajo, pensando en sus cosas y en
voz alta, echando de menos a su querido Manuel. Tras dos semanas, dejó de ir.
Las cosas se estaban poniendo complicadas en casa. La familia de al lado había
sido asesinada y a las niñas les habían hecho cosas horribles así que la madre
de Maruxa la obligó a ir todos los días a misa con ella, aún con las
discrepancias del padre.
Un domingo decidieron ir a la misa de las 12 de la catedral.
Vistieron sus mejores galas y se cubrieron la cabeza con un pañuelo al entrar.
Ese día la madre decidió sentarse por los bancos del medio, al lado del pasillo
exterior, para que todo el mundo pudiese verlas, era noviembre de 1936. No sé
en qué momento Maruxa se dio cuenta de que en la otra esquina de su mismo banco
estaba un padre con su hijo y una mujer. Los padres de Manuel y Manuel.
Inconscientemente lo saludó entre susurros pero Manuel no la escuchaba, estaba
atento a lo que leía el sacerdote. Maruxa empezó a agobiarse y miró al frente.
Cuando llegó el momento de darse la paz, para su asombro, Manuel no la
reconoció. Ella se quedó mirándolo fijamente intentando hablarle con los ojos
mientras le agarraba la mano pero él la soltó rápidamente.
Al salir de misa Maruxa salió corriendo, la madre le pidió
que no se retrasase y que estuviese pronto en casa para comer, cosa que Maruxa
no escuchó. Esta vez corría con un destino fijo. Cuando llegó al banco acústico de la Alameda vio a alguien
más ahí. Manuel. Se sentó en la esquina y escuchó cómo él le preguntaba por qué
se había quedado mirando en misa. Ella no contestó e intentó que pareciese que
no le afectaba, pero no pudo evitar ruborizarse. Para cuando se decidió a
preguntar por qué había desaparecido escucharon unos tiros. Ambos se cogieron
de la mano y salieron corriendo por el parque a esconderse asustados.
Cuando todo se hubo calmado decidieron volver a sus casas. Sus
padres no estaban, y cuando digo sus padres, me refiero a que no estaba el
padre de Manuel en la de este ni el padre de Maruxa en la de esta. Parece ser,
por lo que le contó la madre de Manuel entre sollozos a su hijo, su padre
participaba en ejecuciones que se hacían todas las semanas a los partidarios de
la República. Por lo que la madre de Maruxa le contó a esta entre sollozos, a
su padre se lo habían llevado poco antes de que ella llegase de la catedral,
por comunista y ateo.
Maruxa olvidó el
banco. Pasaba los días con su madre, que había caído en depresión, y con sus
hermanas estudiando el catecismo. Manuel la esperó allí, cada dos días y todos
los domingos en la catedral. En 1938 la madre de Maruxa murió, o se dejó morir
más bien y Maruxa que no encontraba consuelo, decidió salir de su rutina para
dar un paseo por la Alameda, a pesar del peligro que corría al pertenecer a su
familia.
Sin quererlo ni pensarlo sus pasos la llevaron hasta el
banco, era un domingo. Se sentó cabizbaja, agotada. Cuando levantó la cabeza
vio a un chico sentado en la otra esquina. Callado, mirándola. Ella, triste y
sin ganas, le preguntó por qué la miraba. Él no contestó pero parecía afligido
y seguía mirándola fijamente, como queriendo decirle algo. Al poco llegaron
unos guardias, agarraron a Manuel que peleaba contra ellos y se llevaron a
Maruxa pero antes de que éste pudiese
llamarla se escucharon unos tiros.
Manuel no volvió por este banco. Ni siquiera volvió a pisar
la Alameda, ni volvió a misa.
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Y por supuesto, toda esta historia es una invención.