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jueves, 17 de noviembre de 2011

Noche del Jueves 17

Con una maltrecha escoba que encontró en el sótano comenzó a jugar por la finca de la casa de sus abuelos. Nada tenía que ver que tuviese ya la treintena para que sus familiares lo mirasen asombrados, aunque en realidad lo que les sorprendía era que no paraba de golpear las  ramas de los manzanos lanzando la fruta a varios metros de ellos.
Pero algo sucedió, de repente con la escoba entre las piernas salió volando, alto, cada vez más y más alto hasta que Roma, Santiago y Londres parecían casi la misma ciudad.

Velozmente recorría los segundos, avanzando sin pausa ni remordimiento, por un aire frío que le cuarteaba la piel de las manos.  Fue entonces cuando decidió bajar en picado, prácticamente en línea recta y descubrir qué era lo que se encontraba justo debajo. Tras horas de bajada descubrió un monasterio en perfecto estado pero que parecía abandonado. Apoyó la escoba contra un muro de piedra y comenzó a escalar sus muros usando las pequeñas ventanas como punto de apoyo.

Desde el tejado se respiraba quietud, el Sol se retiraba lentamente para encontrarse un día más con la Luna que como siempre se daba prisa en aparecer. Más tarde las estrellas, vestidas de gala, surgían del cielo y los grillos y las luciérnagas las recibían con alegría.

Un ruido sordo, como un crujido, se escuchó en medio de la noche.
Parecía que una de las vigas que sostenía el tejado comenzaba a ceder. Tras mantener la calma y no mover ni un músculo, cientos de manzanas empezaron a llover del cielo, todas hacia la misma dirección. Se amontonaban en el tejado sin parar hasta que este cedió totalmente precipitándose al vacío, dejando al descubierto un enorme colchón que se encontraba en medio del refectorio.

Sin saber cómo ni por qué, pasó la noche ahí recorriendo en su cabeza todos los lugares visitados en el día, sin añorar su casa, sin añorar a su familia, únicamente con ganas de apagarse y dormir.

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