Pongamos
que existen dos mundos. Dos mundos que existen a la par, uno abstracto y el
otro real. Pongamos que hay una lucha constante entre ambos, o ninguna. Que
durante una vida una persona se abre paso entre ellos sin darse apenas cuenta.
En el
primero podríamos meter los problemas cotidianos, las exigencias y alegrías
cotidianas. Los logros y fracasos. Los cafés y las discusiones familiares. La
positividad y los hundimientos. Lo que podemos controlar y cambiar, lo bonito y
rutinario.Metas, sueños. Lo que todos vivimos.
En el
segundo no existe ni la positividad ni la negatividad, no existen los fracasos
sólo las realidades y las oportunidades. Sólo tú. Tú y una gran incógnita. Un
libro que comienzas sabiendo el final pero no la trama ni lo que durará, no
puedes hojearlo ni desvelar parte de ella. Sólo existes tú y tu forma de escribirlo
sin saber si será un best-seller o pasará de algo más que un borrador. Tú una
vez más. Tú en un mundo tranquilo y temperamental, como el mar. Tú sin saber,
sin controlar.
Pongamos
que bailamos entre los dos mundos sin detenernos. Pongamos que lo que pasa es
que no sabemos aceptar las realidades, que no dejan de ser más que verdades.
Pongamos que somos felices creyendo sin saber y sabiendo sin creer realmente en
ello.
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