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viernes, 31 de mayo de 2013

Pasatiempos preferidos y aburridos.

   Recuerdo que uno de mis pasatiempos preferidos era vagar en silencio por toda la casa. Que nadie supiese que estaba ahí.
   Me encantaba colarme en las habitaciones y tumbarme en el suelo para mirar por la ventana. Mirarme los pelos del brazo cuando me daba la luz.
   Lo pasaba genial oliendo todo: los vinilos, los libros, los sofás del salón, los jarrones y las lámparas porque era como una ráfaga de viento antiquísimo, casi de la época de los faraones.
   Adoraba mirar por la rendija de la puerta de la cocina cómo fregaban los cacharros o hacían la comida mientras hacía que hablaba como una espía por el teléfono con forma de plátano.
   Algo que habituaba a hacer pero que odiaba era buscar piezas por toda la casa: tornillos, clavos, ladrones, interruptores... e intentar montar un robot que salvase al mundo de una futura apocalipsis. Era muy aburrido y cansaba muchísimo pero era mi deber.
   Muchas veces disfrutaba sentándome en el piano de la entrada, ese que estaba desafinado, tocando lo que se me viniese a la cabeza y aporreando de vez en cuando las teclas para que se abriese la tapa del reloj que estaba encima.
   Odiaba dormir porque eso quería decir que estaría sola en una habitación con los monstruos que se escondían en el pasillo, detrás de las estanterías. Eran muy feos y aunque nunca se acercaban a mí, se me quedaban mirando desde la oscuridad y yo tenía que taparme la cara con mi libro de cuentos.
   Ya ha pasado mucho tiempo de todo esto pero me encanta volver a esa casa y recordar todo lo que imaginaba e inventaba. Volviendo a buscar piezas para hacer robots y ver cuáles son las que me valdrían en aquel entonces, recorrer las habitaciones y los pasillos y mirar cómo cocinan. Aunque eso sí, no he vuelto a ver a ningún monstruo.

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