Seguidores

domingo, 7 de febrero de 2016

Radical

Hola, soy Radical. Éste nombre no me viene por nadie en particular, ni siquiera me lo pusieron mi madre y mi padre en honor a alguien de la familia. Éste nombre me lo impuso la Sociedad. En el cole me enseñaron que radical es un adjetivo así que no sé en qué momento pasé a llamarme así por lo que he decidido contaros mi historia, para que podamos descubrirlo. Intentaré ser breve, aunque no prometo nada.

Durante toda mi infancia y gran parte de la adolescencia asistí a un colegio mixto, católico y concertado. ‘Empezamos bien’ diréis muchos, pues es importante porque el caso es que allí aprendí cosas que a día de hoy sigo utilizando y no, no me refiero exclusivamente a las matemáticas, conocimiento del medio, música o tecnología. Allí aprendí muchos valores buenos que marcaron toda mi existencia hasta ahora, entre ellos respeto, tolerancia y generosidad. Por supuesto esos valores me fueron inculcados en casa también. Sin embargo, venían acompañados de un montón de prejuicios y hay que admitir que esto era y es prácticamente inevitable a la hora de educar.

El tema de la religión es muy complicado y suele generar mucha controversia así que no quiero meterme a analizarlo en profundidad, pero dicho lo expuesto imagino que comprenderéis el cacao de ideas y emociones que tenía dentro. Mi burbuja y el mundo real no paraban de chocar cada dos por tres y eso me generaba más y más dudas y muchísima curiosidad sobre lo que estaba pasando a mi alrededor, pero… Un momento, ¿de verdad era tan importante que las chicas llevasen la falda un centímetro por debajo de la rodilla? ‘Como mínimo. El uniforme es como es y hay que llevarlo como está estipulado’ decían. Comprensible, sólo hay una manera de llevar un uniforme. Oh, espera… ¿Uniforme? ¿Por qué hay que tener un uniforme? ‘El uniforme es mucho más cómodo, no tienes que escoger la ropa cada mañana y así se neutralizan las posibles diferencias entre el alumnado’ Ah, ¿en serio eso es una razón de peso? Quizás sí, quizás las cosas sean así de sencillas. Era todo tan complicado y yo tan ignorante que el simple hecho de cuestionar lo que me habían enseñado a lo largo de mi vida hacía que entrase en una especie de bucle de confusión y culpabilidad.

En un chasquido cumplí los 16 y ya estaba comenzando el bachillerato en un instituto público. Madre mía, ¿pero qué sitio era ése? Recuerdo que me llamaba la atención que el patio estuviese lleno de papeles, que la gente vistiese distinto, toda esa diversidad, el tumulto, la gente fumando en la entrada… No sé, recuerdo que en un principio sentí miedo y pensé que jamás haría amigos y amigas allí, que me había equivocado escogiendo instituto… No sé, mil cosas. Sorprendentemente, el acojone del primer día dio paso a una sensación nueva: desengaño. Es decir, llevaba dieciséis años viviendo en una cueva siguiendo unas normas que creía universales sin pensar que hubiese algo más allá de eso y de repente tenía los ojos como platos y estaba en un mundo que iba a mil por hora. ‘Exageras’, pensaréis, ¡qué va! Yo lo flipaba. Eso sí, una semana después estaba en mi salsa. La gente que en un principio me daba miedo resultó ser encantadora, me había acostumbrado a que vistiesen distinto y me gustaba que así fuese, el tumulto era agradable y daba vida al centro, la diversidad era maravillosa y el patio… Bueno, el patio seguía estando sucio.

En fin, era inevitable que empezase a comparar, preguntarme, cuestionarme y reinventarme mientras en mi día a día fingía que todo lo que era nuevo para mí en realidad era lo normal. Con sinceridad: pasé de ser la típica persona católica de ‘derechas’ (así me consideraba por alguna razón) a una persona cristiana peleada con la Iglesia y afín a ‘lapolíticanomeinteresa’ pero que viva la enseñanza pública. Y mirad, fui sustancialmente más feliz que antes.

Pasaron esos dos años y me fui a la Universidad. Esta parte da para varios libros así que os resumo: seguí evolucionando. Conocí gente increíble, gente no tan increíble, personas rebeldes y otras completamente pasivas, aprendí muchísimas cosas sobre muchísimos temas y lo más importante de todo, conocí a la persona más especial en todo lo que llevaba vivido: a mí.

Por aquel entonces no me llamaba Radical aún. Seguía temiendo combatir ciertas creencias e ideas que mantenía más por tradición que por otra cosa, siendo consciente de que en realidad no las sentía propias. Permitidme que os diga que fue un trabajo muy duro, pero lo conseguí, conseguí dar un paso más y decir en voz alta lo que pensaba y aceptarlo, aunque chocase con casi todo lo que se me inculcó desde la infancia, aunque ‘hiriese’ a los que me inculcaron todo aquello. Así pues, abracé mis nuevas creencias enorgulleciéndome de que encajasen en aquellos principios de respeto, tolerancia y generosidad que creía buenos. Así empecé a interesarme por la política, a leer y a definirme como persona demócrata, de izquierdas, agnóstica muy a pesar de mi familia, y con la firme creencia de que el capitalismo es en gran parte el culpable de que juguemos en un mundo mediocre donde no todos pueden optar al premio. Comencé a conocer el feminismo y el veganismo que no son más que otra forma de llevar aquellos valores naturalmente buenos a la práctica.

Y aquí, aquí sí me convertí para gran parte de mi entorno en: Radical.

Ahora yo, Radical, vivo más en paz porque no me callo y muestro mi disconformidad. Porque aunque no obligo a nadie a seguir mis pasos no voy bajar la cabeza cuando se me cuestione por no estar de acuerdo con lo que está tristemente establecido. Soy Radical porque me expreso y porque intento que el mundo sea un sitio más agradable para vivir, no sólo para mí sino para la gente que vive en países más pobres, para las mujeres que sufren por ser consideradas menos y para los hombres a los que obligan a vivir reprimidos, para todos los y las que sufren discriminación, para aquellos y aquellas que sudan sangre por mantener a su familia o a sí mismos, para esos seres que no tienen voz pero sí voluntad y la irreal obligación de servirnos, incluso para ti que me has apodado desacertadamente Radical y prefieres juzgarme en vez de hacer autocrítica.

Así que llegados a este punto toca contestar: ¿Por qué soy Radical? Lo soy porque para muchos mi opinión implica un desafío.

Después de esto quiero que quede bien clara una cosa: en toda mi vida a la única persona que he desafiado ha sido a MÍ.
(Y lo que me queda)


No hay comentarios: