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miércoles, 1 de julio de 2009

Lo que entraña el uso de un cepillo de dientes

Un amigo me dijo ayer por la noche que podría intentar hacer un monólogo.
Bien, después de replantearme esta idea y de darle muchas vueltas decidí escribir sobre algo distinto a las demás genialidades que se me habían ocurrido durante la noche.
Esta mañana (a las 8.30 como de costumbre) una musiquilla similar al ‘himno de la Guardia Civil’ comenzaba a sonar, al principio hacía oídos sordos pero el volumen iba aumentando progresivamente hasta el punto en el que la almohada no podía silenciarlo.
Era la hora.
Furiosa me levanté y amenazando al móvil con el puño fui a desayunar.
Hasta ahí todo como siempre pero… ¡Oh cielo santo!, cuán fue mi sorpresa al descubrir que no había ni galletas, ni tostadas, ni cereales… ya puestos, ni pan duro.
Revolví todos los cajones de la cocina, abrí los armarios y rebusqué entre las tarteras…no, no podía ser cierto. Este día pasaría a la historia sin remedio: 1.Junio.2009, sólo desayuné café.
Agonizando por la falta de hidratos en mi cuerpo, me arrastré hasta el baño únicamente con los brazos y me dispuse a lavarme los dientes.
Estos días las encías me sangran mucho, no sé la causa, cierto es que no resulta agradable este detalle pero es vital en mi historia.
Entre la falta de energía del desayuno y la pérdida de sangre cuando me limpiaba la boca me encontraba débil, marchita y confusa. Decidí ducharme para despejarme.
Miren, yo soy una de tantas personas que cantan en la ducha, lo hago bien pero esta vez no pudo ser. Me olvidé de encender el calentador y mi boca sufría todavía los zarpazos del cepillo de dientes, así que más bien parecía que se estaba duchando un mandril enojado.
Cuando, a mi pensar, lo más difícil estaba hecho, pasé de nuevo por la cocina a beber un poco de agua fría y descubrí en el interior de la nevera un bonito ‘iogurt natural non edulcorado e sen grasas engadidas’. Con ese nombre tenía que estar asqueroso, y lo estaba pero eso no era lo primordial. Lo primordial era devolverle la movilidad a mis temblorosas piernas.
Bien, un desayuno medianamente decente pero había algo que me atormentaba de nuevo…algo que me estaba esperando en el baño.
-Volvemos a vernos las caras, viejo amigo.
Como no , el cepillo de dientes no contestaba y se mostraba misteriosamente cauteloso. Por mi parte estaba que no cabía en mí de los nervios y en un momento de rabia y locura lo agarré con la mano izquierda alzándolo como a unos dos metros y medio del suelo y por encima de mi cabeza y con un grito desgarrador… lo tiré a la basura. Fue entonces cuando mi hermana y mi madre se levantaron inconscientes de mis peripecias ocurridas en la última media hora. Mi querida madre observó sorprendida el cepillo y comenzó así nuestro diálogo:
-¿Qué hace ahí el cepillo de dientes?
-Me sangran las encías
-Para eso es bueno comer manzana a mordiscos.
Me callé, no podía hacer otra cosa. ¡Comer manzanas a mordiscos! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Habría resuelto el problema del desayuno de saberlo. Yo sin mi madre estaría completamente perdida.
Pero claro, tenía una solución para el sangrado de mis dientes pero no para el tema de ‘no tengo cepillo’. Fui al ‘armario de los secretos’ sigilosamente y ‘mangué’ un ‘soft-suave’.
Iba a lavarme de nuevo los dientes cuando me encuentro con mi hermana yendo a la ducha. La susodicha reparó en objeto sacado del ‘armario de los secretos’ y me espetó:
-Coge otro, es igual al mío.
¡Mierda!
-Mejor lo marco y punto.
Fui a por unas tijeras y comencé a rajar el lomo del cepillo como si mil gatos hambrientos lo atacaran. Cuando mi hermana lo vio, hizo una mueca de desagrado y me plantó en todo el jetazo algo en lo que no había pensado:
-Yo dormida eso no lo veo, ponle esmalte de uñas.
Esmalte de uñas, esmalte de uñas, esmalte de uñas. Otra como mi madre. Cada vez estoy más convencida de que sin ellas ya habría caído en la más absoluta miseria.
Cuando todo estaba listo y me dirigía a lavarme los dientes me sentía feliz y realizada, hasta que…
No se puede discutir, nací tonta. La inteligencia se la llevó el resto de la familia.
Puse el esmalte demasiado cerca de lo que viene siendo…la cabeza del cepillo con tan mala suerte que me lo metí en la boca causando una desagradable sensación, picor y escozor indescriptibles al entrar en contacto con mis recientes heridas.
De repente aparecieron los primeros movimientos espasmódicos y esta vez lo que me empezaron a fallar fueron los brazos haciendo caer el cepillo al lavabo. Me entró un sudor frío y una angustia enorme recorrió todo mi esófago. No quedaba otra opción, tenía que recurrir al...colutorio!
¡Bendito sea! Gracias a él los espasmos cesaron comencé a relajarme y el dolor desapareció completamente. Me eché en mi cama (aquí sigo) y recapacité en algo realmente inquietante: ESTA MAÑANA HE VUELTO A NACER

1 comentario:

Hermano Ele. dijo...

Bien, creo que no hace falta que diga nada más.

Dios bendiga los cepillos de dientes y las mañanas de solsticio de verano.

Excelente...