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miércoles, 13 de octubre de 2010

Hacía mucho que no soñaba.
Mucho tiempo pasó desde la última vez que me senté en soledad.
Mucho tiempo desde que las horas no existían, desde que los minutos no pasaban y los segundos caminaban de puntillas por las puntas de mis dedos.
Hacía mucho tiempo que mis ojos no se abrían algo más de lo normal y quedaban fijos al imaginar.
Hacía mucho que no me sentía tan despierta escapando de la realidad.
Mucho tiempo transcurrió desde la última vez que anulaba mis problemas y alegrías y descansaba.
Mucho tiempo en el que transformaba el momento en un tapiz blanco en el que una mancha pasa inadvertida.
En el que recordar nombres era vivir en el pasado.
En el que rezar consistía en agradecer mediante sonrisas cada inspiración que tomaba.
En el que regulaba mi respiración a mi ritmo.
En el que un momento contaba como una semana, un año o un siglo.
Hacía mucho que no dejaba mi inseguridad y juventud a un lado.
Quizás no tanto desde que valoraba la vida que pasaba como si cada minuto fuese el último pero sí desde que la agarraba de esta forma.
Pasé mucho desde que me ví con la necesidad de cerrar los ojos y esperar a que esa oscuridad borrosa se volviera nítida.
Hacía mucho que no soñaba.

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