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sábado, 7 de enero de 2012

Ojalá que no.

Ésta vez el cementerio se veía diferente. No me temblaron las piernas al entrar aunque me quedé un poco impresionada al ver a mi familia reunida bromeando. Hacía años que no veía a algunos, desde los siete más o menos.

El camino de adoquines que rodeaba el santuario y conducía a los nichos estaba mojado, aunque en ese momento no llovía. El aire olía a abono, estiércol y una heladora paz. Si dejaba de prestar atención a mi familia solo escuchaba silencio y una ligera brisa que movía las hojas de los cipreses de vez en cuando.

Hasta que llegó el coche con la caja. Una caja bonita, por qué no, y bastante simple aunque sólo la pude mirar una o dos décimas de segundo antes de girar la cabeza a otro lado, concretamente me puse a mirar los exteriores del cementerio.

Empecé a recordar cosas que pensaba olvidadas y una aguda angustia me bajo por la garganta bloqueándose poco antes de llegar a la altura del corazón. Podría decirse que en parte estaba tranquila pero los ojos se me empezaron a humedecer.

Parecía que a los demás no les afectaba. Bueno, a algunos, sin embargo mi madre se veía seria mirando la caja sin parar. Creo que recordaba lo mismo que yo. Fue cuando, sabiendo que ella me entendería mejor que nadie, le dije: 'odio los cementerios'. Creo que me equivoqué al pensar que  sí me entendería porque fue bastante fría su respuesta: 'como todos'.
Ella parecía no entender que me estaba empezando a marear y que ya no podía ver bien por donde pisaba, se me levantó dolor de cabeza.
Cuando llegamos a la que iba a ser la tumba mi familia empezó a hablar en bajito, susurraban entre ellos ¿no les daba vergüenza? Yo era la más joven ahí y de las personas más ajenas a esa mujer ¿y mostraba más respeto que ellos?

Quería irme, marcharme de allí. Quería dejarles claro a todos que ese comportamiento a parte de grosero era triste pero bueno, me callé. Me callé, me agarré la mano y esperé, sonriendo de vez en cuando a quien me hablase.

Ojalá nunca llegue a los 102 años.

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