Seguidores

sábado, 18 de junio de 2011

Cuando alguien se marcha, aunque quieras. No vuelve.

Es quizás en el último suspiro, en lo que una exhalación dura, cuando te das cuenta de todo lo que has vivido, aquellos malos momentos, aquellos otros buenos... no valen la pena. Ninguno. No la valen y sin embargo darías lo que fuera por revivirlos de mil formas distintas, mil maneras diferentes.

Aquella caricia, aquel empujón o simplemente aquel intercambio de miradas. La brisa, el mar, las cáscaras de pipa en el suelo o un sombrero de copa volando. Qué más da, momentos. Momentos sin más de los que guardas, tengan o no valor, algún recuerdo estúpido, vulgar o desconcertante.

Cuando abres los ojos y eres capaz de mirar a tu alrededor y comprender que todo ha sido una mera ilusión, que esa secuencia de recuerdos, momentos y pesadillas de días, noches y tardes frías, calurosas qué más da. Todo eso no te sirve absolutamente de nada porque en cuanto esta milésima de segundo, de tu último segundo acabe no quedará nada más que aquellos ojos que pudieron mirar, aquellas manos que pudieron tocar, aquel pelo que agitó el viento y aquellos pies que descalzos corrieron por la hierba pero que ahora, sin ese gélido vendaval que por dentro corría no sirven de nada. Porque nada sirve para algo sin esa fuerza interior que un buen día se escapa, nadie sabe por dónde o por qué, pero se va. Y nunca vuelve.

No hay comentarios: