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jueves, 11 de junio de 2009

Aquella docena de huevos

Hoy día indefinido del mes indefinido de un año cualquiera toca mirar por la ventana.
Nada parece diferente. Hace sol como ayer, alguna que otra esponjosa nube y un calorcillo que amaina con la fresca brisa. Los vecinos van a comprar el pan y se saludan sonrientes entre ellos. Desde arriba vigilo como un dios en su Olimpo sin mover un dedo cuando veo que a la vecina del tercero se le caen una docena de huevos. Se han roto todos. Vuelve la fresca brisa y la clara de aquellos huevos brilla con los rayos de luz haciendo que la gente repare más en ellos. Pasa una nube y le toca actuar a la sombra. Ya nadie ve esos huevos.
Aparto la mirada de la calle y me voy a hacer mi comida. Cuando cojo el bote de remolacha se me resbala y cae rompiéndose en mil pedazos y tintando las paredes de color vino. Nadie lo ha visto. Maldiciendo me agacho y limpio todo pero las manchas siguen ahí, es entonces cuando me acuerdo de los huevos de la vecina. Todo el mundo tiene un mal día.
Hoy, el día después del ayer indefinido y mes siguiente al pasado pero del mismo año me levanto a contemplar que se repite el mismo día de hace un tiempo.
Abro la ventana y pinto lo que veo. Unos gatos comiendo las sobras que les dio la vieja loca.
Me llama Fátima por teléfono y me anuncia la muerte del abuelo de una amiga. Es una pena. Ahora que hay calma esa tormenta destaca más. Doy mi pésame, es sincero. Y recuerdo cuando hace poco más de medio año pasé por algo igual pero en primera persona. Afilo mi lápiz y termino mi dibujo. Todo el mundo sufre la ley de vida.

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