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jueves, 11 de junio de 2009

Toca competir

Apoyada en el cadáver de un viejo roble escucha el murmullo del agua. Le reconforta pensar que el tiempo se ha parado y disfruta observando un paisaje que para los demás se ha vuelto rutinario.
Una ría iluminada por la luz de las casitas de alrededor, con sus pequeñas corrientes y su gran belleza. Unos montes, oscurecidos por la sombra de los árboles centenarios, como lo fue en el que ella reposa.
Todavía está oscuro. En los montes, casi de forma imperceptible, brilla una luz blanquecina. No le preocupa, la vio más veces. Siempre pensó que sería aquella procesión que las almas hacían al no ir a San Andrés en vida.
La luz del supuesto farol se va mitigando para dar paso a la luz del alba. El murmullo del agua sigue ahí, la ría sigue ahí, los montes con sus árboles siguen ahí, ella sigue ahí. Todo en el mismo sitio, pero diferente.
Al amanecer la hierba despertó, está más verde y viva que nunca. Los montes ahora estaban alegres y dejaban a un lado su cara más sombría. El agua ya no susurraba, chillaba deseando ser escuchada.
Ella seguía igual, igual de asombrada, igual de complacida, igual de enamorada de su entorno.
La brisa mañanera comenzaba a soplar. Se puso a correr por la hierba, se tumbó y miró al nublado cielo. Parecía que iba a llover…una gota, dos, tres…su felicidad iba en aumento, ya comprendía qué le pasaba al arroyo, porqué gritaba, tenía hambre. El cielo lo alimentaba cada mañana de invierno.
Poco a poco fue entreabriendo los ojos y fue posando su oreja sobre el suelo de su celda.
Notó una brisa y se despertó de repente ilusionada. Pero sólo era su respiración y la de sus compañeros. Al momento la fueron a buscar para ensillarla y llevarla a la pista de carreras, ya bastaba de soñar, toca competir.

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