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domingo, 20 de febrero de 2011

Toda una vida jugando

Rezumaba seguridad cuando entró en el gran salón. Una mezcla de pisar fuerte y suavidad se percibía en su andar.
Fue entonces cuando de improviso comenzó a volar con aquel pesado vestido por el centro de la pista, mirándola los caballeros, mirándola las damas, mirándola los niños e incluso la orquesta que proseguía con su interpretación y mirándola frente a ella su querido primo, de su misma edad, con esa sonrisa característica de él desde que eran pequeños.
Mientras volaban por el gran salón, bajo las enormes lámparas de cristal que asemejaban pequeños sauces llorones, entre la multitud que conformaba la fiesta y entre las alargadas mesas de madera de roble repletas de bebida, cochinillo y cordero, iban riendo como hacía años cuando jugaban en el lago de la mansión de ella o como cuando subían a los viejos árboles de la campiña al atardecer. ¡Cuántas risas precedieron a aquellos siguientes años de separación!¡Cuántas risas en el reencuentro!

Cuando la música paró y sus respectivos antecesores salieron al encuentro de los muchachos para anunciarles su ya hablado y zanjado compromiso, entre asombro y algo de incredulidad comenzaron a diseñar su plan final, aquel que tuvieron que abandonar antes de dejarse de ver.
 En cuanto la fiesta acabase irían a buscar madera y construir la casita del árbol y las ramas para la balsa del lago.

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