Entran en la plaza más de 350 almas.
Aclaman al santo. Se sienten especiales.
Han llegado mientras yo, en la misma plaza me tumbo en mi rincón y contemplo el cielo.
Escucho campanas. Son las ocho.
Y de espaldas esas campanas parece que repican en las nubes.
Magia o tradición.
El canto de un pájaro cercano lo describe a la perfeción.
Y sobrevuelo y escalo las fachadas milenarias con una facilidad abrumadora, sin inmutarme siquiera del aire que entorpece la escritura y fomenta mi soñar.
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