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martes, 30 de marzo de 2010

Toca anécdota.

Esto es una historia veraz, de una chica real sin metas claras (¡yo!¡yo!)
Iba por la calle, tralarí tralará con dos amigas más.
 Al principio hablaba, mantenía una conversación más o menos adulta pero entonces empecé a cruzarme con pequeños sujetos; una nueva generación.
Me puse un poco enferma porque ninguno me llamaba la atención, es decir, todos iban iguales y se comportaban igual y hablaban igual con sus mismos gestos. Incluso podría decir que tenían la misma altura pero eso no sé ya si era paranoia de mi mente o qué. El caso es que odio no poder distinguir dos niños de distinto padre y ya venía calentita de casa porque no tenía ganas de salir.
Bueno, intenté centrarme en escaparates y olvidarme de esos seres 'encuentralassietediferencias' cuando caí en algo que me tocó aún más las narices.

¡No chocaba con nadie! A ver, que sí, seguramente si chocase también me quejaría pero ¿ no comprenden lo que ello significa? NADIE IBA EN DIRECCIÓN OPUESTA.
Todos, todos íbamos en la misma dirección... no comprendo por qué pero me enfadé mucho. No fumo porros y aún así mi humor varía de forma extraña. El caso es que me puse a gritar como una oveja tres o cuatro veces en medio de la calle abarrotada de robots que ni me miraron, rematando la hazaña con un 'maldita manada esquizoide'
No soy peligrosa. Al instante recapacité y me sentí rara, estúpida e invisible.

Me puse las gafas para ver si me veían pero entonces vi yo misma con mas claridad que estaba haciendo el canelo y que no cambiaría el mundo con cuatro gritos en medio de la calle.
Caí de la burra y quise llorar pero en su lugar me compré una baraja.

1 comentario:

LaCes dijo...

Cada día estás peor, pero admiro tu forma de controlar la ira, vivan las compras compulsivas!!